lunes, 17 de octubre de 2016

Las armas de cada cual, a escena

Vaya tarde. Ha tenido de casi todo. Desde toreo de kilates a toreo de pueblo. Qué locura. Vamos por partes. A la puerta de chiqueros se fue Juan José Padilla. Y allí vivimos un susto que trajo unos recuerdos que nadie quería. Antes de darle la larga cambiada, el toro dio un frenazo y se lo llevó por delante. Miedo. No podía ser de nuevo. Se desvaneció el torero y se fue a la enfermería. Pero quedaba Padilla para rato. Se hizo cargo del toro Morante, que ni lo vio ni lo quiso ver. Lidiado como en una capea de despedida de soltero, el de La Puebla compuso con cierto gusto por la derecha. Pero vamos, un pozo vacío. Mulillas y para el carnicero.

Alejandro Talavante es el toreo. Especialmente si empuña la izquierda. Qué bárbaro. Los engancha muy delante, los lleva muy despacio y los remata detrás de la cadera. Y eso es torear. Qué pena que no haya toro. Una oreja al esportón tras una estocada baja.

En el tercero se formó la marimorena. El titular se fue acompañado de los bueyes de Toropasión de vuelta a corrales y salió uno de Garcigrande que Morante de la Puebla mandó matar en el caballo. Aurelín picó paletillero y, cuando rectificó, barrenó. Fatal. La lidia, a la altura del picador. Y el sevillano pues sacó su lado jeta. Primero burlándose de un abonado del tendido 4 por decirle que se colocase en su sitio. Después, matando al animal en el peto. Y para no faltar a la cita, sainete con la espada tras empezar directamente con la de verdad montada. La bronca, monumental.

El cuarto de la tarde fue un manso de carreta pero tuvo delante a un Talavante variado, imaginativo. Quizá no tan rotundo como en otras faenas que le hemos visto aquí, pero con un concepto puro, de verdad. El pecho por delante siempre y llevándolo por donde él quiere. Despacio, muy despacio. Profundo. Una media estocada un tanto trasera y tendida que produjo que el manso tardara en caer le privó de la Puerta Grande. Las orejas, despojos. Los sentimientos, para nosotros.

División de opiniones antes de empezar el quinto. Y las musas, al fin, llegaron. Morante coge el capote de una forma diferente, por eso le vuela de forma distinta. Y la colocación. De frente, cargando la suerte y pasándoselos muy cerca. Aleluya, Morante en Zaragoza. Y hubo pique en quites. Por verónicas Talavante y por chicuelinas el sevillano. Llegó la muleta y el marmolillo de Cuvillo se quedó como le gusta a Morante, que pase y no moleste. Para torear de salón. Entregado el torero, especialmente al natural. Un animal que sólo le vale a él. Estocada trasera fulminante y oreja.

Y aún quedaba la épica. El pirata salió de la enfermería en modo Ciclón de Jérez. No tiene arte, no tiene gusto, pero tiene una casta y una afición que ya quisieran otros. Le hizo de todo al toro con el capote, las banderillas y la muleta. Padilla en estado puro. Al que da todo lo que tiene no se le puede pedir más. La plaza, de pueblo. Los gritos para el campo de fútbol. Petición de dos orejas que aguantó el presidente. Bien, presidente. Una oreja y dos vueltas al ruedo para Padilla, ídolo de esta noble tierra.

La corrida tuvo de todo menos toro, a excepción del castaño que ha hecho quinto. Toreo, bronca, épica, valor. Y así se hace afición. Y acabó la feria a pie. Para pensar. Poco toro, poca emoción. Empresarios, toca trabajar.

Crónica disponible en: http://www.porelpitonderecho.com/inicio/las-armas-cada-cual-escena-3414

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