Juntemos esta vez Historia, Literatura y Toros.
Le toca el turno a Gerardo Diego, poeta santanderino de la Generación del 27, premio Cervantes en el año 1979.
Cuando hablamos de poetas que han loado a la Fiesta prácticamente nos reducimos a Lorca, a Lorca y también a Lorca. ¿Por qué ignoramos a otros, entre los que se incluye a Gerardo Diego? Pues, en mi opinión, las razones son políticas. Que apoyara a la sublevación del 18 de julio de 1936 no le ha beneficiado. Y nosotros, aficionados a la Literatura, a la Historia y a los Toros nos hemos perdido históricamente una producción literaria riquísima en materia taurómaca.
Es en una antología editada por la Editorial Pretextos en el año 1996 bajo el título "Poesías y Prosas Taurinas" donde nos encontramos toda la producción taurina del poeta. Imprescindible en cualquier biblioteca. Y no necesariamente se debe ser aficionado al Toro para leer literatura taurina(o poesía como en este caso), simplemente tener unas inquietudes culturales más allá de Telecinco. Obviar la importancia del Toro en las producciones artísticas de los mayores genios españoles es obviar parte de la Historia de España y de sus raíces tanto sociales como culturales.
Pero no nos vayamos del tema, que este post no es una defensa como tal de la Fiesta, aunque en el fondo subyazca este tema. Es un post para defender la Diversidad en la fiestas de los Toros, en lo que creo firmemente como camino y fin para la emoción que deberíamos encontrar en las plazas de toros.
Nosotros vamos a ir, pues, un paso más allá en nuestro análisis. Y vamos a ir un paso más allá uniendo los versos del poeta santanderino con esta defensa que ya he citado: la diversidad en los Toros, presente en su Loa a la diversidad del Toreo dentro de su obra La suerte o la muerte, de 1963. Como podrán observar a lo largo del poema, el autor es un aficionado con conocimiento de causa. No es el típico poeta o intelectual seducido por tal o por cual torero. Es un autor que sabe de la Historia de la Fiesta, que indaga y que conoce al animal, imprescindible para ser aficionado a este ritual que hunde sus raíces en la profundidad de nuestro ser mediterráneo.
Y, como en posts anteriores, démosle la palabra y que él escriba por nosotros:
Loa a la diversidad del Toreo
Canto la diversidad,
que es la sirena del
mundo.
Diversidad es verdad
y yo en la verdad me fundo.
Canto el nervio y el trapío,
la cuna ancha y la
veleta,
la codicia, el poderío
y la fiereza indiscreta.
Canto las capas, los pelos,
los colores y caprichos,
las herencias y los
celos y
remiendos de los bichos.
Los sardos, los chorreados,
castaños y jaboneros,
los berrendos, salpicados,
jirones y botineros.
El cárdeno que reviste
dudosa sobrepelliz
y el colorado que embiste,
rojo el cerco de perdiz.
Y el blanco de tan buen juego
que nadó y guardó la
ropa
cuando —navío de fuego—
llevaba en el lomo a Europa.
Canto el toreo campestre
y la égloga en la
ladera,
la dehesa, y el ecuestre
derribo por la ribera.
El herradero que huele
a cuero quemado al rojo,
la tienta que tienta
y duele
y el retozar del
añojo.
Canto el cortijo en invierno
las largas noches
heladas
y el sol primerizo y tierno
con las frescas
galopadas.
Canto el ganado en el cerro
y el albur del apartado,
la procesión del encierro
y el traidor
encajonado.
Canto la lidia completa
con sus tres tercios cumplidos,
la diana y la retreta,
la feria y sus alaridos.
Salgan toros y más toros,
naipes varios y diversos,
bastos, espadas y oros.
Pinten toros, jueguen versos.
El corretón, el abanto,
el tardo, el quedado, el pronto,
el pastueño como un santo,
el veragüeño hecho un tonto.
Salga el toro que puntea
y el que mosquea y
escarba
y el que duda y
gazapea
y el que busca oro en
la parva.
El que en las tablas remata,
el huido, el polvorilla,
el que
rompe y desbarata
y hace andar de coronilla.
Quiero exaltar la pelea
del duro como una roca
que al
caballo romanea
y no quiere abrir la boca.
Gloria a aquel que se encampana
y al de tan nervioso celo
que la vuelta de campana
da, los cuernos en el suelo.
Hasta el manso de carreta
me gusta ver en la plaza
cuando el
que peina coleta
es un maestro de raza.
Y —oh palabra— al burriciego
—bizco, cegato o miope—
al que
hay que gritarle en griego
para que embista o que tope.
Y al cuellilargo miura
que convida al harakiri
y al chico,
de raza pura,
bravísimo carriquiri.
Canto las suertes arcaicas
del abolengo navarro,
las majezas
pirenaicas,
la capea desde el carro.
La estatua de Don Tancredo
que el ciclón no bambolea,
rey
del denuedo y del miedo
cuando el zorro le olfatea.
El golpe a topacarnero
en que el valor se derrocha
y —alas
para qué os quiero—
el salto de la garrocha.
La cadena haciendo eses
en la pega de forcados,
los rejones
portugueses
en huracán galopados.
Los recortes de salida,
capote al brazo —ay, Reverte—
y el
farol, flor ofrecida
al hachazo de la muerte.
Las del peón de confianza
contra el toro buscapiés
largas
templando pujanza
hasta colocarlo al bies,
y las otras del espada
sacando el quite a una mano
y dejando
perfumada
la larga azul del habano.
El quiebro, pies en montera,
clavando un par de las cortas,
burlas, giros de cadera
y otro par como unas tortas.
Y los desplantes felices
de arrebato y de salero.
(Muchacho,
no flamenquices
si no naciste torero.)
Me gusta toda la fiesta
y hasta el torpe descabello,
cuando
la testuz molesta
de enhiesta y arruga el cuello
La fiesta es larga y se anilla
como una serpiente boa.
Diversidad, maravilla
que se anilla y desanilla:
para ti canté esta loa.
Palabra de poeta. Palabra de aficionado.