jueves, 15 de octubre de 2015

CRÓNICA ZARAGOZA. 4ª DE LA FERIA DEL PILAR

Lo que pudo ser y no fue



12 de la mañana. Lleno absoluto en el apartado y enchiqueramiento de la novillada. 
Expectación máxima. Aficionados de diversas ciudades españolas y francesas se dan cita a
 las cinco y media de la tarde en el Coso de Pignatelli. Al final de la corrida, el sabor es 
agridulce. Agridulce porque los novilleros no han estado a la altura del encierro. Agridulce 
porque no ha habido ningún novillo completo. Agridulce porque el presidente se ha sacado 
de la manga una vuelta al ruedo al cuarto novillo cuando nadie la pidió.
Abrió la tarde un cárdeno justo de fuerzas, con la casta justa aunque se fue viniendo arriba.
Una lidia con muchos capotazos que tampoco ayudó al animal, que quedó gazapón de los
encuentros con el picador. Y Ginés Marín estuvo mal con él. Destemplado, mal colocado y
 empeñado en vaciar los muletazos por arriba. Entre enganchón y enganchón pasó la faena
muletera. El animal, que no se comía a nadie, se merecía algo mejor. Con una estocada
desprendida pasaportó al de Luesia.
Quejoso, número 42. Matón, número 42. Parece que da buen bajío al ganadero aragonés.
Este Matón hizo cuarto. Ginés Marín lo colocó al caballo largo. Se arrancó alegre en la segunda vara,
se repuchó al sentir el hierro y volvió a embestir al caballo cuando le quitaron la puya.
Agustín Navarro fue ovacionado por torear a caballo para picar. ¡Aleluya! ¡Una suerte de varas!
 Las chicuelinas de Varea fueron replicadas por las verónicas del extremeño. Competencia.
¡Aleluya! Javier Ambel se desmonteró en banderillas después de andarle al toro muy torero.
¡Aleluya! Había toro para torear. Para torear, repito. De hinojos y en la boca de riego comenzó
Marín su faena rematando, de nuevo, los muletazos por arriba. ¿Y si en vez de ese inicio
se hubiese puesto a torear? El animal era para torearlo a gusto, de lío muy gordo. Pedía que lo
llevaran templado, despacio. Y Ginés ni estuvo templado, ni lo toreó despacio. Viendo que se
le estaba yendo recurrió al arrimón. Sí, se puso los pitones en el pecho, pero era para torear.
Y a él se le puede exigir torear, porque sabe. El arrimón, torero, para los que no saben hacer otra cosa.
Se tiró recto a matar, pero la espada no cayó arriba. Una oreja con petición de segunda.
Bien el presidente al no concederla. Y mal, muy mal concediendo una vuelta al ruedo que nadie pidió.
Saltacalcelas, segundo de la tarde, era una pintura. Santa Coloma puro. Con la mirada viva.
Varea lo recibió con más ganas que temple en un capote que maneja fácilmente. Manso en
varas y noble en la muleta, con un punto de casta que hizo que el animal rompiera a embestir.
Y el castellonense, copiando al prestador de su traje. Manzanares 2.0. Despegado, fuera de
cacho y descargando continuamente la suerte. ¿Lo mejor del de Almazora? Su temple. Los trincherazos,
 los pases de pecho y el final de faena fueron toreros. Encajados. Mató con habilidad y cortó
una oreja con petición de la segunda. Dos pancartas de peñas que siguen al torero pueden explicar esta petición.
Quinto y sexto bajaron la presentación y el juego. Más bastos que sus hermanos de camada,
embistieron como lo que fueron, bastos. El quinto, un toro que traerá muchas discusiones,
 no era bravo. Con una primera vara bien tomada, empujando de verdad. ¿Bravo o hacia los adentros?
 Me inclino por la segunda. Otra vara arrancándose alegre, pero repuchándose. ¿Por qué nos
privan de la tercera, cuando podía perfectamente aguantarla el animal? A todo esto, de nuevo
protagonista un monosabio. Ya está bien de héroes anónimos. Si el toro le gana la pelea al caballo,
que nadie se lo impida. Ya está bien. Y otro apunte: la cuadra de caballos de Zaragoza es lo más
parecido a un bloque de hormigón que he visto. Varea estuvo de nuevo manzanarista, si se
me permite la expresión. Tras brindar al ganadero, nos brindó una nueva lección de toreo ventajista.
Para colmo, un sainete con la espada.
El tercero de la tarde, a mi juicio, ha sido el toro más importante de la corrida pese a no hacer
una pelea completa en varas. Encastado y con mucho que torear. Leo Valadez es un torero valiente,
pero está más verde que las borrajas que tanto abundan en Aragón. Además, tiene ciertos vicios
 propios de toreros que ocupan los puestos altos del escalafón. Sin mando y sin sitio, con la muleta
 casi oblicua. Si encima le añadimos que los terrenos donde ha desarrollado la faena no eran los idóneos,
tenemos la ecuación completa. Eso, para la tonta del bote, puede valer. Pero, ¡ay, amigo!,
cuando aparece un animal que pide que le torees. Valadez pasó miedo en el sexto, al igual que
los que estábamos en el frío tendido. Aurelio Cruz no lo picó, lo hizo carne picada. Tragantón
 en banderillas, donde el animal cortaba una barbaridad. Por el pitón izquierdo el astado se desplazaba.
Exigía una mano más firme para poder saber si era casta o genio. Así que nos quedamos así, sin saberlo
.

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