lunes, 12 de octubre de 2015

CRÓNICA ZARAGOZA. 1ª DE LA FERIA DEL PILAR 2015

Primera de feria en la plaza de toros de la Misericordia con lleno de no hay billetes  en los tendidos,
 y una corrida de Núñez del Cuvillo, que volvía tras el Petardo (con mayúscula) del año pasado. 
Encierro mal presentado, por anovillado y desigual de hechuras. Y además, descastados, mansos
 y con serios indicios de haber pasado por el mueco para algo más que para quitar las fundas. 
En cuanto a los del chispeante, un cartel de auténtico relumbrón, difícil de mejorar. Antes de 
comenzar el festejo, se desplegaron varias pancartas por parte de aficionados catalanes, mallorquines 
y por parte del Tendido Joven zaragozano reclamando libertad para asistir a los toros. El grito 
fue unánime y respondió a la manifestación antitaurina que se estaba celebrando a las puertas de la plaza.

La tarde tuvo un nombre propio, y ese es el de Alejandro Talavante, que formó un alboroto en 
el tercero de la tarde, un cuvillo noble en la muleta, con un pitón izquierdo idóneo para el toreo 
del extremeño. Recibido con variedad de capote y con el caballo como mero trámite, el plato 
fuerte de la tarde llegaría en el turno de quites. Un quite por chicuelinas de Morante, inédito con el 
que abría plaza, que puso a Zaragoza al borde del manicomio. El tercer lance, con el compás cerrado,
 fue lento, cadencioso, ceñido y ligado a una media con un sabor antiguo. La plaza en pie. Le respondió 
Talavante con un quite por chicuelinas y tafalleras seguidas de un ramillete de largas a una mano. 
Rivalidad, al fin. Juan José Trujillo tras parear con clasicismo fue obligado a desmonterarse. 
Sin ninguna duda, el banderillero más puro de todo el escalafón. Y con el runrún en los tendidos 
se fue el torero a brindar al público a los medios. Por estatuarios comenzó una faena que tenía visos 
de gran altura. Y dos tandas de toreo fundamental. La primera, con la derecha, y donde lo mejor 
fue la arrucina engarzada con el cambio de mano. La segunda, a la mano izquierda, la de la verdad.
 Fue entonces cuando recurrió al arrimón, pero no fue premeditado. Dejándose llegar a tocar por los
 pitones en dos ocasiones, enloqueció al público cuando se desprendió de la ayuda y comenzaron 
las luquecinas. Fue una faena en dos partes: la primera de toreo del caro, del puro, y la segunda en
 una versión casi novilleril de Talavante, metiéndose entre los pitones. Tras las manoletinas 
ajustadas y una estocada un tanto desprendida, asomaron los pañuelos en los tendidos. El presidente 
concedió los dos apéndices del animal. Y la tarde acabó aquí. No llegaron a treinta muletazos. 
Y dos orejas. Para los que dicen que hace falta pegarle sesenta trapazos a un toro… En el toro de 
la jotica pasó completamente inédito ante un animal que no decía absolutamente nada. Es de
 agradecer al torero que no alargase hasta lo indecible una faena destinada a la nada. Talavante llegó, 
vio y toreó. Y el que quiera más, que venga el sábado.

Abrió la terna el de la Puebla del Río, Morante, que tras su pertinaz gastroenteritis en el San Jorge 
pasado debía una a la afición de Zaragoza. Sin nada reseñable en su lote, al que el sevillano pasaportó 
sin pena ni gloria, el momento álgido de la tarde llegaría, como hemos dicho, en el turno de quites del 
tercero de la tarde. Otra tarde más del sevillano en Zaragoza sin que pase nada. Lo mejor de su actuación,
 como casi siempre, la torería. Las entradas y las salidas del toro, el andarle al animal. 
Aficionados, nos conformamos con demasiado poco.

Diego Urdiales, tras su actuación del año pasado con la de Juan Pedro, repetía en el ciclo pilarista 
en el cartel estrella. Su primer toro, segundo de la tarde, fue impresentable para una plaza de 
la categoría de Zaragoza. Jamás debió salir por chiqueros, y jamás debió ser embarcado. 
Culpables todos: ganadero, toreros, empresa y autoridad. Toro noble en la muleta, muy mal lidiado, 
con un pitón izquierdo para cuajarlo de verdad. Se sacó el toro el de Arnedo al tercio con muletazos
 encajados, especialmente bellos fueron dos trincherazos. Y se echó la mano a la izquierda, 
el pitón bueno del animal. Toreo de compostura, sí. Estético, también, pero entre el animal y 
el torero se podría haber construido un par de paradas de tranvía. Fuera de cacho, despegado 
y lineal. Mucha bisutería y muy poca joyería. Con la mano derecha estuvo más centrado el coleta, 
pero dejándose la muleta retrasada y acompañando. Mató con una estocada desprendida que produjo 
derrame y se le concedió una oreja pedida en gran mayoría por la multitud de aficionados riojanos 
que llegaron al coso de Pignatelli. El quinto toro se amorcilló ya de salida y poco pudo hacer el riojano. 




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