Acabo de releer el libro "Un día de cólera",
de Arturo Pérez-Reverte, y desde aquí os lo recomiendo. Un libro y un autor
que, personalmente, les tengo en estima por estar siempre a las duras y a las
maduras. Filias y fobias aparte.
La historia de esta entrada la he leído en ese libro y
en un artículo del
autor publicado en el XL Semanal.
Esta es la historia de unos hombres con un valor que actualmente está en franca decadencia: el Honor. La Palabra de Honor.
El 2 de Mayo de 1808, una vez
levantado el pueblo de la Villa y Corte contra los invasores franceses, los
presos de la Cárcel Real, situada en la Plaza de la Provincia, muy cerca de la
Plaza Mayor, pidieron que les dejaran salir a luchar, comprometiéndose a volver
después de la lucha al penal.
La petición fue entregada por
Francisco Xavier Cayón, preso en la cárcel, y estaba suscrita por todos sus
compañeros de presidio. Esta decía: «Abiendo
advertido el desorden que se nota en el pueblo y que por los balcones se arroja
armas y munisiones para la defensa de la Patria y del Rey, suplica, bajo
juramento de volber a prisión con sus compañeros, se les ponga en libertad para
ir a esponer su vida contra los estranjeros».
Sopesando la situación fuera
de la prisión y la que se podría armar dentro, los responsables dejaron salir a
los presos que habían comprometido su palabra en volver.
Y así fue que, de 94 presos
que estaban entre rejas, 56 salieron a combatir. Uno murió y otro puso pies en
polvorosa. 2 desaparecidos y dados por muertos. 51 de 56 regresaron. Es decir, de 56 que salieron a
combatir, sólo uno aprovechó la situación para decir: "pies, para qué os
quiero". Honor.
La gran mayoría de ellos se
encaminaron hacia la Plaza Mayor, donde lograron conquistar un cañón francés y
lo dirigieron contra la infantería francesa que avanzaba hacia ellos por
la calle
de los Consejos.
¿Por
qué pidieron salir? De nuevo la respuesta creo que es el Honor. Imagínense que
ustedes, encerrados entre rejas, escuchan a través de un ventanuco minúsculo, situado
a más de dos metros de altura, gritos, juramentos, lamentos, gritos y sollozos.
Mi familia, pensarán. Qué estará pasando con mi familia. No puedo estar aquí. He
de salir a matar o a morir. Y allá que te fueron. No es lo mismo combatir en
tierra extranjera que teniendo a tu espalda a tu mujer, hijos y demás familia. Eso
es un plus en cualquier conflicto. La defensa a la desesperada.
La
verdad es que tiene su cierta lógica dejar que unos presos salgan a combatir. No
es algo pensado como “de perdidos al río” por parte de las autoridades de la
cárcel. En absoluto. La sublevación de Madrid y la Guerra de la Independencia
en general normaliza un estilo de guerra que será típicamente español: la
guerra de guerrillas. Y en ese ambiente de navajazo, degüello y ataques rápidos
aprovechándose del terreno, ¿quién mejor que un preso de la capital? Las autoridades
creyeron que nadie mejor que ellos.
Pónganse en su lugar. Pónganse
en el lugar de estos héroes olvidados. Salen a morir motu proprio desde una cárcel en el siglo XIX y
prometen regresar si aún siguen con vida. Y regresan.
El Honor.