lunes, 2 de mayo de 2016

El Honor de los presos del 2 de mayo

Acabo de releer el libro "Un día de cólera", de Arturo Pérez-Reverte, y desde aquí os lo recomiendo. Un libro y un autor que, personalmente, les tengo en estima por estar siempre a las duras y a las maduras. Filias y fobias aparte.

La historia de esta entrada la he leído en ese libro y en un artículo del autor publicado en el XL Semanal.

Esta es la historia de unos hombres con un valor que actualmente está en franca decadencia: el Honor. La Palabra de Honor.

El 2 de Mayo de 1808, una vez levantado el pueblo de la Villa y Corte contra los invasores franceses, los presos de la Cárcel Real, situada en la Plaza de la Provincia, muy cerca de la Plaza Mayor, pidieron que les dejaran salir a luchar, comprometiéndose a volver después de la lucha al penal. 


La petición fue entregada por Francisco Xavier Cayón, preso en la cárcel, y estaba suscrita por todos sus compañeros de presidio. Esta decía: «Abiendo advertido el desorden que se nota en el pueblo y que por los balcones se arroja armas y munisiones para la defensa de la Patria y del Rey, suplica, bajo juramento de volber a prisión con sus compañeros, se les ponga en libertad para ir a esponer su vida contra los estranjeros».

Sopesando la situación fuera de la prisión y la que se podría armar dentro, los responsables dejaron salir a los presos que habían comprometido su palabra en volver.

Y así fue que, de 94 presos que estaban entre rejas, 56 salieron a combatir. Uno murió y otro puso pies en polvorosa. 2 desaparecidos y dados por muertos. 51 de 56 regresaron. Es decir, de 56 que salieron a combatir, sólo uno aprovechó la situación para decir: "pies, para qué os quiero". Honor.

La gran mayoría de ellos se encaminaron hacia la Plaza Mayor, donde lograron conquistar un cañón francés y lo dirigieron contra la infantería francesa que avanzaba hacia ellos por la calle de los Consejos.





¿Por qué pidieron salir? De nuevo la respuesta creo que es el Honor. Imagínense que ustedes, encerrados entre rejas, escuchan a través de un ventanuco minúsculo, situado a más de dos metros de altura, gritos, juramentos, lamentos, gritos y sollozos. Mi familia, pensarán. Qué estará pasando con mi familia. No puedo estar aquí. He de salir a matar o a morir. Y allá que te fueron. No es lo mismo combatir en tierra extranjera que teniendo a tu espalda a tu mujer, hijos y demás familia. Eso es un plus en cualquier conflicto. La defensa a la desesperada.

La verdad es que tiene su cierta lógica dejar que unos presos salgan a combatir. No es algo pensado como “de perdidos al río” por parte de las autoridades de la cárcel. En absoluto. La sublevación de Madrid y la Guerra de la Independencia en general normaliza un estilo de guerra que será típicamente español: la guerra de guerrillas. Y en ese ambiente de navajazo, degüello y ataques rápidos aprovechándose del terreno, ¿quién mejor que un preso de la capital? Las autoridades creyeron que nadie mejor que ellos.

Pónganse en su lugar. Pónganse en el lugar de estos héroes olvidados. Salen a morir motu proprio desde una cárcel en el siglo XIX y prometen regresar si aún siguen con vida. Y regresan. 

El Honor.